Las acciones y relaciones colaborativas se diluyen con el tiempo




Por Dora A. Ayora Talavera PhD

Cuando hablo, escucho y leo sobre Prácticas Colaborativas, me queda la impresión de lo fácil que resulta “hacer las cosas juntos”. Como si sólo se tratara de ponerle el nombre de “colaborativo” a algo para que por arte de magia así lo sea.

Con el paso de los años he aprendido que las acciones y relaciones colaborativas no tienen una existencia “natural”. Si así fuera, tal vez no sería tan difícil conseguir que las personas participen en acciones colectivas en beneficio de la comunidad y los políticos legislarían de manera muy distinta; probablemente los padres no se quejarían tanto de la poca participación de los hijos en las necesidades de la casa; posiblemente las parejas tendrían maneras más respetuosas para hablar de sus diferencia e inconformidades... en fin, muchas cosas serían distintas.

Para mí, la colaboración no es algo decidido unilateralmente ni está sujeto a la voluntad del “bueno” que colabora en oposición al “malo” que actúa individualmente.

Las acciones y relaciones colaborativas, en congruencia con la perspectiva posmoderna y construccionista, necesitan ser creadas y —aunque parezca en algún momento que “ya lo son”—  requieren de cuidado y atención permanente y continua. Considero que ninguna acción/relación es totalmente colaborativa. Como seres humanos estamos en constante transformación, además de que solemos cambiar de opinión, intereses, prioridades y nuestras circunstancias también cambian.

Creo que es ingenuo pensar que siempre, bajo cualquier circunstancia, en cualquier momento y cualquier relación, las acciones colaborativas son mejores. En general las privilegio... y mucho, pero hay momentos, circunstancias, relaciones y decisiones que nos requieren una forma de actuar distinta.

En mi experiencia, construir acciones y relaciones colaborativas no sólo requiere de la voluntad o la intención de crear el ambiente propicio para ellas; requiere asumir la responsabilidad del trabajo compartido, la apertura a las perspectivas diversas, la sensación de sentirse escuchado y valorado, la posibilidad de compartir, crear y hacer algo juntos. ¡Pero eso ya lo sabemos! La dificultad reside en llevarlo a la acción, en poner en práctica una filosofía de vida congruente al discurso.

Es en la interacción con los demás, en nuestra forma de hablar, de dialogar, donde ponemos en evidencia nuestra forma de pensar, nuestras creencias —llamémosles discursos, llamémosles convenciones, construcciones, interpretaciones de los fenómenos— son éstas las que nos mueven a estar en la vida y con los demás de maneras muy particulares.

Para mí, desarrollar una filosofía de vida basada en la colaboración, no es un conocimiento solamente teórico, académico y meramente informativo. En un aprendizaje en la vida que indaga sobre ciertas maneras de hablar, de relacionarse, de actuar, de tomar decisiones y están sujetas continuamente a revisión.

Las acciones y relaciones colaborativas se diluyen con el tiempo si no nos hacemos conscientes y responsables de su naturaleza efímera… y de que requieren de un constante ejercicio de construcción.



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