La espontaneidad ¿robada?



Por Dora A. Ayora Talavera

La vida humana en toda su complejidad y hermosura me resulta deslumbrante. Mirarla desde el momento mismo de la concepción y el milagro de existir hasta el final biológico de la misma, me deja boquiabierta.

Aunque no suele sernos suficiente el lapso de vida y muerte, nos basta para echar un vistazo a la gran diversidad de acontecimientos que como seres humanos podemos experimentar. Por eso, en nuestro afán por entender este maremágnum de circunstancias, nos aferramos a ideas que le den sentido a lo que nos pasa; desde atribuírselo a la fuerza de la naturaleza como al poder de las mitologías con todos sus dioses. Lo que decimos del mundo determina nuestra manera de vivirlo.

Muchos crecemos sin darnos cuenta de cómo vamos apropiándonos de esas maneras de hablar y desarrollamos pautas de conducta y expectativas de lo que debemos ser. Estos modos de expresión muchas veces limitan nuestro amor a la maravilla de la vida, pues la han convertido en una secuencia ordenada de pasos que estandarizan lo “normal”. La Psicología del Desarrollo es una de estas formas de hablar. En su afán por comprender, explicar y controlar, nos ha llevado a generalizar pautas y comportamientos convirtiéndose en “guía de vida”.

¡Cuánto nos ha empobrecido! ¡cuánto nos ha rigidizado! Cómo nos ha ido reduciendo a un ciclo vital único en el cual aparentemente no son tan importantes los aspectos sociales, culturales, los momentos económicos y políticos del lugar donde vivimos. Pareciera que da lo mismo en qué vecindario vivo, quiénes son mis amigos, qué religión profeso, si canto en un coro o soy boy scout, si en mi contexto se vive cualquier tipo de “ismos” como clasismo, racismo, sexismo; si mi comunidad desaparece por un desastre natural, si no hay trabajo o se trabaja en exceso, si las familias tienen menos tiempo libre y no hay espacio para los amigos, si mi familia tuvo que emigrar, si hay guerra o una gran depresión económica.

Pareciera que a través de ese discurso —y con esto me refiero a aquellas teorías que describen el desarrollo-vida como etapas concretas, en las cuales hay tareas que cumplir para ser personas maduras, independientes y autónomas— quedáramos reducidos a aspectos biológicos y ambientales circunscritos a nuestra familia de origen y extensa. Se ha dejado de lado todo aquello impredecible y espontáneo, como puede ser una muerte inesperada, un encuentro fabuloso, una enfermedad crónica, un logro no imaginado, un accidente e incluso que alguien se quede sin trabajo o se gane la lotería.

La vida es más que lo que nuestras palabras pueden decir. Esta ilusión de dividir el desarrollo-vida en porciones —físico, psicológico, cognoscitivo— para facilitar su comprensión, es sólo eso, una ilusión. Lo complicado es que la estamos idolatrando y convirtiendo en un arma de doble filo, pues la comprensión de la vida desde la perspectiva de la Psicología del Desarrollo la hace parecer preestablecida, ordenada, certera; pero nos roba la espontaneidad de lo imprevisto, la alegría de lo inesperado, la sorpresa de estar vivos.

 

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